domingo, 13 de julio de 2008

Yasunari Kawabata : Capítulo II

Fragmentos de "Historias en la palma de la mano": El anillo ( Yubiwa)

Un pobre estudiante de derecho que llevaba unos trabajos de traducción fue a una posada de aguas termales en la montaña.

Tres geishas de ciudad hacían la siesta en el pequeño pabellón del bosque, con sus rostros cubiertos por redondas pantallas.

Él bajó por los escalones de piedra en el límite del bosque hacia el arroyo de montaña. Una gran roca dividía la corriente, y grupos de libélulas revoloteaban por aquí y por allí.

Una niña estaba desnuda en la tina que había sido cavada en una parte de la roca. Calculando que tendría unos once o doce años, él no se fijó en ella al dejar su ropa en la Orilla y se lanzó al agua caliente a los pies de la jovencita.

Ella, que parecía no tener nada que hacer, le sonrió y se irguió con cierta coquetería, como para atraerlo hacia su prometedor cuerpo sonrosado con el calor. Una segunda mirada reveladora le hizo darse cuenta de que era la hija de una geisha. Tenía una belleza enfermiza , en la que se podía presentir un futuro destinado a dar placer a los hombres. Sus ojos, sorprendidos ,se dilataron como un abanico al apreciarla.

Yasunari Kawabata
País de nieve :

Su angosta, afilada nariz tenía un aire de desamparo pero el capullo de sus labios se abría y cerraba con la tersa curvatura de una fruta. Incluso cuando estaba en silencio sus labios
parecían en tenue movimiento. La menor arruga, grieta o decoloración los hubiera arruinado, pero su perfección los humanizaba al máximo. Sus pestañas enmarcaban los ojos de una línea casi sin torsión y perpendicular a la nariz; el efecto habría rozado el ridículo de no complementarse con el arco espeso y envolvente de las cejas. No había nada extraordinario en la forma oval de su rostro salvo la piel, como de porcelana apenas rosada, y el hoyuelo infantil de su garganta, que completaba aquella impresión de limpidez más que de verdadera belleza. En cuanto a los pechos, exhibían una redondez infrecuente en las geishas, habituadas a la firmeza del obi ajustando su talle.

Otro fragmento de País de nieve:

Ella alzó la cabeza. El sector de su rostro que se había apoyado contra la mano de Shimamura estaba sonrojado debajo del maquillaje blanco e hizo que él pensara otra vez en el frío de aquella región, aunque la negrura del cabello de ella ahora irradiara calidez.
Ella sonrió, como sorprendida por un resplandor inesperado. Quizás estaba pensando en "aquella vez" y por esa razón las palabras de Shimamura la hicieron ruborizar. Cuando volvió a bajar la cabeza, él alcanzó a ver que incluso la piel del nacimiento de la espalda, que el cuello abierto dejaba visible, se había arrebolado. Resaltando contra la negrura del pelo, impecablemente recogido en un rodete sin un cabello fuera de lugar, como una piedra pulida por las aguas hasta alcanzar la más tersa redondez, esa piel perlada de humedad parecía ofrecerse en sensual desnudez.


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