domingo, 22 de junio de 2008
Los Demonios del Japón
( la chica que tiene el cuello como torno de alfarero)
De medianoche se alarga su cuello y lame el aceite de las làmparas.
La mente nipona tiene para el género del terror entre fantasmas, hadas, espíritus vengativos, duendes, etc, algo distinto para ofrecer. Se asemeja a una caja llena de monstruos y espectros sanguinarios guardada en el altillo del mundo y que llega a Occidente en aguas espumosas de rabia, y asustados ansiamos escuchar las cosas más inverosímiles y aterradoras. M.T.L
"En una de las calles de Osaka me encontré con la mujer que me mataría. Intuí que al estar parada como una alimaña perdida no era una simple casualidad. Mi seco aliento fue un claro presagio de que esa sombra desgarbada y sin origen miró en dirección al suelo sabiendo del violento desenlace al que pronto mi vida caería. Alguien en letargo espera para aplastar con toda su maldición ésta cabeza y arrancarme el alma a jirones". M.T.L
Lafcadio Hearn: (Leucade, Grecia, 1850-Okubo,Japón,1904) :
Escribió doce volúmenes sobre Japón y Extremo Oriente, entre los que destacan sus versiones de los Kwaidan o cuentos fantásticos japoneses, recogidos de fuentes orales o textos antiguos y vertidos en una estilizada prosa inglesa.
Horai
Visión azul de una profundidad que se ahonda en lo alto ... el cielo y el mar intercambian mutuos fulgores.
Un día de primavera, por la mañana.
Sólo el cielo y el mar ... vasta extensión de azur. En primer plano, las ondas captan un destello de plata, se arremolinan las hebras de espuma. Pero un poco más allá, no se vislumbra movimiento alguno, nada salvo el color: el cálido y tenue azul del agua que se dilata hasta confundirse con el azul del aire. No hay horizonte: sólo la distancia que se eleva al espacio, una cóncava infinitud que se ahueca sobre mí, el color que con la altura se toma más profundo. Mas en la azul lejanía pende de una lánguida visión de torres palaciegas, de altos tejados filosos y curvados como lunas ... sombras de un antiguo y extraño esplendor, iluminado por un sol brumoso como la memoria.
Esto que intenté describir es un kakémono, o sea, una pintura japonesa trazada sobre seda, que cuelga de la pared de mi alcoba, su nombre es Shinkiro, que significa "Espejismo'". Pero las formas del espejismo son inequívocas. Aquéllos son los rutilantes pórticos de la bendita Horai, y aquéllos son los tejados de luna del Palacio del Rey-Dragón;y su estilo (aunque obra de un pincel japonés de hoy) es el estilo de ciertas cosas chinas de hace veintiún siglos.
Esto es lo que dicen los libros chinos de esa época sobre ese lugar:
En Horai no existen la muerte o el dolor, y no existe el invierno. Allí jamás se marchitan las flores, jamás se pudren los frutos; y basta que un hombre pruebe una vez dichos frutos para que jamás vuelva a padecer el hambre o la sed. En Horai crecen las mágicas plantas So-rin-shi, y Riku-go-aoi, y Ban-kon-to, que curan todas las enfermedades y también la hierba mágica Y o-shin-shi, que resucita a los muertos; y esa mágica hierba se alimenta de aguas encantadas, de las que basta beber un sorbo para obtener perpetua juventud.
La gente de Horai come su arroz en escudillas muy pequeñas; pero el arroz jamás mengua, por mucho que uno coma, hasta que se haya satisfecho el apetito. Y toman el vino en copas muy, muy pequeñas, pero no hay hombres capaz de vaciarlas, por muy excesivamente que beba, antes de ser vencido por el plácido sueño de la ebriedad.
Esto y mucho más cuentan las leyendas de la época de la dinastía Shin. Pero no es creíble que la gente que transcribió esas leyendas haya visto Horai, siquiera en un espejismo. Pues en verdad no hay frutas encantadas que dejen a quien las come eternamente satisfecho, ni mágicas hierbas que revivan a los muertos, ni fuentes de aguas hechizadas, ni escudillas en las que jamás falte el arroz, ni copas en las que jamás falte el vino. No es cierto que el dolor y la muerte jamás entren en Horai, ni que jamás sobrevenga el invierno. El invierno de Horai es gélido y sus vientos traspasan los huesos; y monstruosos cúmulos de nieva se agolpan sobre los tejados del Rey-Dragón.
En Horai, empero, hay cosas de maravilla; y ningún escritor chino mencionó jamás lo maravilloso de todo. Aludo a la atmósfera de Horai. Es una atmósfera exclusiva de ese lugar y, gracias a ella, el sol resplandece en Horai con una blancura ignorada en otros lugares, una luz láctea que jamás enceguece, muy tenue, aunque asombrosamente diáfana. Esa atmósfera no es de nuestro período humano: es muy antigua (a tal punto que sólo mencionar su antigüedad me aterra) y no es una combinación de nitrógeno y oxígeno. No está hecha de aire, sino de espíritu, la sustancia de míriadas y míriadas de generaciones de almas fundidas en una única y traslúcida extensión , las almas de gente que pensó de modos hartos diversos de los nuestros. El mortal que inhale esa atmósfera comunica a su sangre la vibración de esos espíritus, y éstos transmutan su percepción, remodelando sus nociones del Espacio y del Tiempo, de modo que dicho mortal sólo podrá ver como ellos pensaban. Tales cambios de la percepción son suaves como el sueño; y Horai, de tal modo vislumbrada, podria ser descrita con estas palabras:
"Como en Horai nadie tiene conocimiento del mal, los corazones jamás envejecen. Y, siendo jóvenes de corazón, los habitantes de Horai sonríen desde que nacen hasta que mueren, salvo cuando los Dioses les inflingen algún dolor; y los rostros permanecen velados hasta que ese dolor se disipa. Toda la gente de Horai ama al prójimo y confía en él, tal como si todos integraran una sola familia; y las voz de las mujeres semeja el canto de un pájaro, porque sus corazones son ligeros como los de los pájaros, y el susurro de las mangas de las doncellas, cuando juegan, evoca fugaces y pesados aleteos. Salvo las penas, nada se oculta en Horai, porque allí no hay motivo de vergüenza; y nada se encierra bajo llave, porque allí no se concibe el robo; y tanto de día como de noche las puertas permanecen sin tranca, porque no hay nada que temer. Y como quienes habitan Horai son seres sobrenaturales, aunque mortales, todos los objetos de Horai (salvo el Palacio del Rey -Dragón) son diminutos, preciosos y extraños; y esas criaturas comen el arroz, sí, en escudillas muy pequeñas, y beben el vino en copas muy, muy pequeñas".
Buena parte de tal apariencia se debería a la inhalación de esa atmósfera espectral, mas no su totalidad. Pues el sortilegio forjado por los muertos no es sino el encanto de un Ideal, el destello de una antigua esperanza; y tal esperanza de algún modo se ha colmado en muchos corazones ---en la sencilla belleza de las vidas sin egoísmo--- en la dulzura de la Mujer ... Maléficos vientos del Oeste arrecian sobre Horai, y disipan, ay, esa atmósíera mágica. Ésta hoy se demora sólo en franjas y fragmentos ... esas rutilantes franjas de nubes, por ejemplo, que atraviesan los paisajes de los pintores japoneses. Aún puede hallarse a Horai bajo los jirones de ese vapor etéreo, mas en ninguna otra parte ... Recordemos que Horai también se llama Shinkíro, que significa Espejismo: la Visión de lo Intangible. La Visión se difumina y jamás volverá a aparecer, salvo en cuadros y sueños y poemas ...
Yuki-Onna
En una aldea de la provincia de Musashi vivían dos leñadores: Mosaku y Minokichi. En la época a la que aludo, Mosaku era un anciano, y Minokichi, su aprendiz, un joven de dieciocho años. Todos los días iban juntos a un bosque que distaba unas cinco millas de la aldea. Camino de ese bosque hay que vadear un ancho río, y hay una balsa. Varias veces se construyó un puente en el sitio donde cruza la balsa, pero cada vez el puente fue arrastrado por una inundación. No hay puente que resista la corriente cuando crece ese río.
Mosaku y Minokichi iban camino de casa, un frío atardecer, cuando los sorprendió una brusca tormenta de nieve. Alcanzaron la balsa, pero el batelero se había ido, dejando la embarcación en la otra ribera del río. No era día apropiado para nadar, y los leñadores se cobijaron en la choza del batelero, juzgándose dichosos por haber hallado al menos ese refugio. En la choza no había brasero ni sitio alguno donde encender fuego: era sólo una choza de doble entarimad0, con una sola puerta y sin ventanas. Mosaku y Minokichi cerraron la puerta y es echaron a descansar, cubriéndose con los abrigos de paja. Al principio no sintieron mucho frío, y pensaban que la nevisca no tardaría en concluir.
El viejo se durmió casi enseguida, pero el muchacho, Minokichi, permaneció despierto durante un buen rato, atento al viento que gemía y a la nieve que azotaba la puerta. El río bramaba con furia; la choza crujía, meciéndose como un junco en el mar. Era una tormenta espantosa, y el aire era cada vez más helado. Minokichi temblaba debajo de su abrigo. Pero al fin, pese a todo, también se durmió.
Una ráfaga de nieve en la cara lo despertó. La puerta de la choza se había abierto con brusquedad; el resplandor de la nieve (yuki-akari) iluminó a una mujer que estaba dentro de la choza: una mujer totalmente vestida de blanco. Estaba inclinada sobre Mosaku y exhalaba su aliento sobre él; y su aliento semejaba un humo blanco y brillante. Casi en el mismo instante se volvió hacia Minokichi y se agachó sobre él. El joven quiso gritar, pero no pudo emitir sonido alguno. La mujer de blanco se le acercó cada vez más, casi hasta rozarlo con el rostro; advirtió que era muy hermosa, aunque sus ojos eran temibles. Ella lo miró durante un rato; luego susurró, con una sonrisa:
-Mi intención era tratarte como al otro. Pero no puedo evitar cierta piedad por ti... eres tan joven ... Eres un muchacho apuesto, Minokichi, y no te causaré daño. Pero, si alguna vez le cuentas a alguien (aún a tu madre) lo que viste esta noche, lo sabré y acudiré a matarte ... ¡Recuerda estas palabras!
Y, tras pronunciarlas, se apartó de él y salió por la puerta. Entonces el joven recobró el don del movimiento; se incorporó de un salto y miró alrededor. Pero la mujer no estaba en ninguna parte, y la nieve inundaba frenéticamente la cabaña. Minokichi cerró la puerta y la aseguró con leños. Supuso que era el viento el que la había abierto, y pensó que había estado soñando, que había tomado el resplandor de la nieve en el vano de la puerta por la imagen de una mujer blanca; pero no podía estar seguro. Llamó a Mosaku, y se atemorizó al ver que éste no le contestaba. Tendió la mano en la oscuridad, acarició el rostro de Mosaku, y descubrió que estaba helado. Mosaku era un rígido cadáver.
Hacia el alba se disipó la tormenta; y cuando el batelero regresó a su puesto, poco después del amanecer, halló a Minokichi sin sentido junto al gélido cadáver de Mosaku. Minokichi recibió atención inmediata y no tardó en recobrarse; pero durante mucho tiempo quedó enfermo a causa del frío padecido en esa terrible noche. También lo había asustado mucho la muerte del viejo, pero a nadie mencionó la visión de la mujer de blanco. Apenas se repuso, volvió a emprender su faena: todas las mañanas, a solas, iba al bosque, de donde regresaba al anochecer con sus haces de leña, que vendía con ayuda de su madre.
Un atardecer del invierno siguiente, mientras regresaba a casa, encontró una muchacha que viajaba por el mismo camino. Era alta, delgada y muy bonita, y respondió al saludo de Minokichi con una voz tan dulce como el arrullo de un pájaro. Caminó junto a ella y comenzaron a conversar. La muchacha dijo llamarse O-Yuki ; dijo además que hacía poco había perdido a sus padres y que iba en viaje hacia Vedo, donde tenía unos parientes pobres que acaso la ayudaran a conseguir empleo como sirvienta. La extraña muchacha pronto sedujo a Minokichi : cuanto más la miraba más hermosa parecía. El joven le preguntó si no estaba comprometida, y ella respondió, con una carcajada, que estaba libre. A su vez, ella le preguntó a Minokichi si él estaba casado o comprometido; le contestó que, si bien sólo tenía que mantener a una madre viuda, aún no habían considerado la cuestión de una "honorable nuera", puesto que él era muy joven ... Luego de estas confidencias, prosiguieron su camino en silencio; mas, según declara el proverbio, Ki ga aréba. mé mo kuchi hodo ni mono wo yu (En presencia del deseo, los ojos no son menos elocuentes que los labios). Cuando llegaron a la aldea, ambos se habían cobrado mutuo afecto; y entonces Minokichi le rogó a O-Yuki que aceptara alojarse en su casa por esa noche. Tras una tímida vacilación, ella decidió acompañarlo ; y la madre de Minokichi le ofreció la bienvenida y le preparó una comida caliente. O-Yuki se comportó con tal discreción que la madre del joven se prendó repentinamente de ella, y la persuadió de que aplazara su viaje a Yodo. La natural consecuencia de este episodio fue, por supuesto, que O-Yuki jamás fue a Yedo. Permaneció en la casa, como "honorable hija política".
O-Yuki desempeñó este papel a la perfección. Al fallecer la madre de Minokichi -cinco años más tarde-, sus últimas palabras fueron de afecto y alabanza para la mujer de su hijo. Y O-Yuki le dió diez hijos a Minokichi, entre varones y mujeres, todos ellos muy hermosos, y de tez admirable.
La gente de la comarca consideraba a O-Yuki una persona maravillosa, aunque distinta de ellos por naturaleza. La mayor parte de las campesinas envejece prematuramente, pero O-Yuki, aunque era madre de diez niños, se conservaba tan joven y lozana como el día en que llegó a la aldea.
Una noche, cuando los niños se habían dormido, O-Yuki cosía a la luz de un farolillo de papel; y Minokichi, observándola, le dijo:
-Al verte allí, cosiendo, con la luz en la cara, evoqué algo extraño que me aconteció cuando tenía dieciocho años. En esa ocasión, vi a una mujer tan hermosa y blanca como tú ... en realidad, se te parecía mucho ...
O-Yuki respondió, sin alzar los ojos: -Háblame de ella ... ¿Dónde la viste?
Entonces Minokichi le refirió la noche espantosa pasada en la cabaña del batelero, le contó el episodio de la Mujer Blanca que le había sonreído y susurrado, y le describió la silenciosa muerte del viejo Mosaku. Y añadió:
-Ésa fue la única vez, en el sueño o la vigilia, que vi una criatura tan hermosa como tú. No era, por supuesto, un ser humano; y yo le tenía miedo ... mucho miedo ... ¡pero era tan blanca! En verdad, nunca estuve seguro de si había soñado o si había visto a la Mujer de la Nieve ...
O-Yuki arrojó su costura, se levantó, se irguió ante Minokichi, y le gritó:
-¡Era yo ... yo ... yo l. .. ¡Era Yuki ! ¡Y te dije que te mataría si alguna vez llegabas a mencionarlo ... Si no fuera por esos niños que duermen allí, te mataría al instante. Y ahora, mejor que los cuides muy, muy bien, pues si alguna vez tienen razones para quejarse de ti, te trataré como mereces ...
Mientras gritaba, su voz se había aflautado hasta parecer un gemido del viento ; entonces se disipó, convirtiéndose en una niebla blanca y rutilante que ascendió hacia el cielo raso y que desapareció trémula, por el agujero de la chimenea ... Jamás volvieron a verla.
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