sábado, 28 de junio de 2008
Fernando Pessoa
A Fernando Pessoa cuya sensibilidad me conmovió enormemente cuando leí por primera vez el Libro del desasosiego, que es una especie de Biblia para comprender un poco más al ser humano y que lamentablemente esta casi autobiografía surgió de una vida con mucha tristeza dejada a la deriva. M.T.L
Datos biográficos:
Fernando Antonio Nogueira Pessoa (1888-1935) nació en Lisboa el13 de junio. Perdió a su padre a los cinco años y su madre volvió a casarse con el cónsul portugués en Durban, Sudáfrica, donde Fernando se educó. En 1905 regresó a Lisboa para matricularse en el curso superior de Letras. Traductor, astrólogo, médium, ensayista, vinculado a la vez a la vanguardia literaria y plástica y al ocultismo. Comenzó a ganarse la vida como empleado de oficina. En 1934 apareció Mensagem, único libro que publicó en vida. Minado por el alcohol, Pessoa murió al año siguiente el 30 de noviembre del 1935. No dejó descendientes, bienes ni testamento.
Fragmentos del Libro del Desasosiego:
Todo se me evapora. Mi vida entera, mis recuerdos, mi imaginación y lo que contiene, mi personalidad, todo se me evapora. Continuamente siento que he sido otro, que he sentido otro, que he pensado otro. Aquello a lo que asisto es un espectáculo con otro escenario. Y aquello a lo que asisto soy yo.
Encuentro a veces, en la confusión vacía de mis gavetas literarias, papeles escritos por mí hace diez años, hace quince años, hace quizás más años. Y muchos de ellos me parecen de un extraño; me desreconozco en ellos. Hubo quien los escribió, y fui yo. Los sentí yo, pero fue como en otra vida, de la que hubiese despertado como de un sueño ajeno.
Es frecuente que encuentre cosas escritas por mi cuando todavía era muy joven, fragmentos de los diecisiete años, fragmentos de los veinte años. Y algunos tienen un poder de expresión que no recuerdo haber tenido en aquel tiempo de mi vida. Hay en ciertas frases, en varios períodos, de cosas escritas a pocos pasos de mi adolescencia, que me parecen producto de tal cual soy ahora, educado por años y por cosas. Reconozco que no soy el mismo que era. Y, habiendo sentido que me encuentro hoy en un progreso grande de lo que he sido, pregunto dónde está el progreso si entonces era el mismo que soy ahora. Hay en esto un misterio que me desvirtúa y me oprime.
Hace unos días sufrí una impresión espantosa con un breve escrito de mi pasado. Recuerdo perfectamente que mi escrúpulo, por lo menos relativo, por el lenguaje data de hace pocos años. Encontré en una gaveta un escrito mío, mucho más antiguo, en que ese mismo escrúpulo estaba fuertemente acentuado. No me comprendí en el pasado positivamente. ¿Cómo he avanzado hacia lo que ya era? ¡Cómo me he conocido hoy lo que me desconocí ayer? Y todo se me confunde en un laberinto donde, conmigo, me extravío de mí. .
Devaneo con el pensamiento, y estoy seguro de que esto que escribo ya lo he escrito. Lo recuerdo. Y pregunto al que en mí presume de ser si no habrá en el platonismo de las sensaciones otra anamnesis más inclinada, otro recuerdo de una vida anterior que apenas sea de esta vida ...
Dios mío, Dios mío, ¿a quién asisto? ¿Cuántos soy? ¿Quién es yo? ¿Qué es este intervalo que hay entre mí y mí?.
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Aparte esos sueños vulgares, que son las vergüenzas corrientes de los estercoleros del alma, que nadie osará confesar, y oprimen las vigilias como fantasmas sucios, viscosidades y ampollas sebáceas de la sensibilidad reprimida, ¡lo que de ridículo, lo que de empavorecedor, e indecible, puede todavía el alma, aunque con esfuerzo, reconocer en sus rincones!.
El alma humana es un manicomio de caricaturas. Si un alma pudiera revelarse con verdad, no hubiese un pudor más profundo que todas las vergiienzas conocidas y definidas, seria, como dicen de la verdad, un pozo, pero un pozo siniestro lleno de ecos vagos, habitado por vidas innobles, viscosidades sin vida ,babosas sin ser, mucosidades de la subjetividad.
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En todos los lugares de la vida, en todas las situaciones y convivencias, he sido siempre, para todos, un intruso. Por lo menos, he sido siempre un extraño. En medio de parientes, como de conocidos, he sido siempre como alguien de fuera. No digo que lo he sido, siquiera una sola vez, aposta. Pero lo he sido siempre por una actitud espontánea de la media de los temperamentos ajenos.
He sido siempre, en todas partes y por todos, tratado con simpatía A poquísimos, creo, habrá alzado, la voz tan poca gente, o arrugado la frente, o hablado alto o / de soslayo/. Pero la simpatía con que siempre me han tratado, ha estado siempre /exenta/ de afecto. Para los más naturalmente íntimos he sido siempre un huésped que, por ser huésped, es bien tratado, pero siempre con la atención debida al extraño y la falta de afecto merecida por el intruso.
No dudo de que todo esto, de la actitud de los demás, derive principalmente de alguna oscura causa /intrínsecal a mi propio temperamento. Soy por ventura de una frialdad comunicativa tal que involuntariamente obligo a los otros a reflejar mi modo de poco sentir. Trabo, por índole, rápidamente conocimientos. Me tardan poco las simpatías de los demás. Pero los afectos no llegan nunca. Dedicaciones, nunca las he conocido. Amar, ha sido cosa que siempre me ha parecido imposible, como el que me tutease un extraño.
No sé si sufro con esto, si lo acepto como un destino indiferente en que no hay ni que sufrir ni que /aceptar/.
Siempre he deseado agradar. Me ha dolido siempre la indiferencia ajena. Huérfano de la Fortuna, tengo, como todos los huérfanos, la necesidad de ser objeto del afecto de alguien. He pasado siempre hambre de la realización de esa necesidad. Tanto me he adaptado a esa hambre inútil que, a veces, no sé si siento la necesidad de comer.
Con esto o sin esto, la vida me duele.
Los demás tienen quien se dedique a ellos. Yo nunca he tenido quien siquiera pensase en dedicarse a mí. Sirven a los otros: a mí me tratan bien.
Reconozco en mí la capacidad de provocar respeto, pero no afecto. Desgraciadamente, no he hecho nada con que justificar ese respeto empezado por quien lo siente de modo que nunca llega a respetarme de veras.
Pienso a veces que me gusta sufrir. Pero, en verdad, yo preferiría otra cosa.
No tengo cualidades de jefe, ni de secuaz. Ni siquiera las tengo de satisfecho, que son las que valen cuando aquellas otras faltan.
Otros, menos inteligentes que yo, son más fuertes.
Organizan mejor su vida entre la gente; administran más hábilmente su inteligencia. Tengo todas las cualidades para influir, menos el arte de hacerla, o el deseo, incluso, de desearlo.
Si un día amase, no sería amado.
Basta que yo quiera una cosa para que se muera. Mi destino, sin embargo, no tiene la fuerza de ser mortal para nada. Tiene la debilidad de ser mortal en las cosas que son para mí.
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