miércoles, 17 de septiembre de 2008

En la obscuridad también hay belleza : Plumas Negras : Capítulo III


  Marqués de Sade

Creo que un día vi cruzar la figura del Marqués el empedrado. Vestía un fino atuendo, de elegancia casi femenina, la mirada un tanto extraviada y de modales algo frívolos pero de esos que marcan respeto a quién se le acerque. La curvatura de la cejas parecían dos viejas cicatrices que dejaron aquellas palabras cínicas, seductoras, a veces lúcidas. De espalda ancha y caminar firme sostenía en la palma de la mano derecha un seno, allegados al Marqués decían que respondía comúnmente al nombre del “Divino Marqués”.
M.T.L
 

Breve pasaje del libro "Justine" :
Entonces ¿a quién pediréis socorro? ¿ acaso a ese Dios que acabáis de implorar con tanto celo, y que, para recompensaros de este favor, no ha hecho más que precipitaros seguramente un poco más en la trampa? ¿a ese Dios quimérico al que nosotros mismos injuriamos aquí todas las noches insultándole por sus vanas leyes?... Comoquiera que lo concibáis, Teresa, no es ningún poder, de cualquier naturaleza que pudieseis suponer, que pueda venir a arrancarnos de nuestras manos, no existe ni en la clase de cosas posibles, ni en la de los milagros, ningún tipo de medio que pueda lograr que conservéis durante más tiempo esta virtud de la que estáis tan orgullosa; por último, ¿quién puede impedir que os convirtáis en todos los sentidos , y de todas las maneras, en la presa de los excesos libidinosos a los que los cuatro vamos a abandonarnos con vos?...Desvístete entonces, zorra, ofrece tu cuerpo a nuestras lujurias, que sea mancillado al instante, a los tratamientos más crueles te van a probar los riesgos que una miserable como tú corre al desobedecernos.
 Este discurso… esta orden terrible ya no me dejaba recursos, los sentía; pero, ¿no no hubiese sido culpable si no hubiese empleado lo que me indicaba mi corazón, y lo qué aún me permitía mi situación? Me hecho a los pies de Don Severino, empleo toda la elocuencia de un alma desesperada, para suplicarle que no abuse de mi estado; vienen a inundar sus rodillas los llantos más amargos, y todo lo más fuerte que imagino, lo que creo más patético, intento probarlo con este hombre… ¡ Para que servía todo esto, gran Dios! ¿Debía ignorar que las lágrimas tienen un atractivo mayor a los ojos del libertino? ¿Debía dudar de que todo lo que emprendía para ablandar a estos bárbaros sólo lograba inflamarlos?...
 -Coged a ésta…- dijo Severino furioso – cógela, Clément, que esté desnuda en un minuto, y que aprenda que no es en casa de gentes como nosotros donde la compasión ahoga a la naturaleza.
 Clément reventaba, mis resistencias lo habían animado; me cogió con un brazo seco y nervioso; mientras mezclaba sus propósitos y sus acciones de blasfemias terribles, en un minuto hizo saltar mis vestidos.
M.T.L




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