Conde de Lautréamont ( Isidore Ducasse ) :
Breves datos biográficos de Lautréamont :
Isidore Lucien Ducasse llamado Conde de Lautréamont (Montevideo, 4 de abril de 1846 – París, 24 de noviembre de 1870).
Pasó su infancia en Uruguay, donde su padre era canciller en el consulado francés. Enviado a estudiar a Francia, fue alumno interno del Liceo de Tarbes, y en 1867 se trasladó a París con la intención de ingresar en la École Polytechnique, pero desde ese momento su vida ha quedado casi en la oscuridad, lo cual ha generado toda una leyenda que lo presenta como un personaje enigmático y extravagante. La madre de Isidore, una francesa de nombre Celestine Davezac, es la sirvienta que, ya embarazada, se casará con el patrón; fallecerá en diciembre de 1847, un año y ocho meses después del nacimiento de Isidore.
“El Conde de Lautréamont vivió en Montevideo en la calle Camacuá 544, frente a la Brecha, la esquina en que hoy se encuentra el Club Banco República. Algunos investigadores suponen que también fue dueño de un inmueble de la calle Bacacay, pero no es un dato confirmado. Luego, en Francia vivió sucesivamente en la calle de Notre-Dame des Victoires, luego en la calle de Faubourg-Montmartre 32, luego en la calle Vivienne Nº 15 y finalmente de nuevo en la calle de Faubourg-Montmartre Nº 7, donde murió el 24 de noviembre de 1870, a las 8 de la mañana.
Lautreamont es conocido por su obra Cantos de Maldoror, en el que acoge materiales sádicos, lúgubres, sangrientos, misteriosos y los elabora con un lenguaje poético que multiplica extraordinariamente las imágenes con una prodigiosa violencia imaginativa, llena de lucidez y de encanto juvenil.
El 24 de noviembre, a la vez que se hunde el Segundo Imperio, muere en su domicilio del número 7 de la calle Faubourg-Montmartre en circunstancias todavía no aclaradas (hay quienes suponen que a causa de una sobredosis de drogas). En su partida de defunción está escrito: «Sans autres renseignements» («Sin más información»).
Fragmento del libro "Cantos de Maldoror" :
Estoy sucio. Los piojos me roen. Los cerdos, cuando me ven, vomitan. Las costras y las escaras de la lepra han descamado mi piel, cubierta de pus amarillento. No conozco el agua de los ríos, ni la rosada de las nubes. Sobre mi nuca, como sobre un estercolero, crece un enorme champiñón, de pedúnculos umbelíferos. Sentad sobre un mueble informe, no he movido mis miembros desde hace cuatro siglos. Mis pies se han enraizado en el suelo y componen, hasta mi vientre, una especie de vegetación vivaz, repleta de innobles parásitos, que no deriva exactamente de la planta, pero que ya no es carne. Sin embargo, m corazón late. Pero ¿cómo latiría si la podredumbre y las exhalaciones de mi cadáver (no me atrevo a decir cuerpo) no lo nutrieran abundantemente?. Bajo mi axila izquierda, una familia de sapos ha fijado su residencia y, cuando uno de ellos se remueve, me hace cosquillas. Tened cuidado, no sea que escape uno de ellos y venga a rascar con su boca en el interior de vuestra oreja: sería capaz de entrar después en vuestro cerebro. Bajo mi axila derecha hay un camaleón que intenta perpetuamente cazarlos para no morir de hambre: todos tenemos que vivir. Pero cuando una de las partes desbarata por completo las artimañas de la otra, entonces optan por no molestarse, y se dedican a succionar la grasa delicada que recubre mis costillas: ya estoy acostumbrado. Una víbora malvada ha devorado mi verga y ha ocupado su lugar: la infame me ha convertido en eunuco. ¡Oh! Si hubiera podido defenderme con mis brazos paralizados; pero creo que más bien se han transformado en leños. Sea lo que fuere, conviene señalar que la sangre ya no viene a pasear por allí su rojez. Dos pequeños erizos, que ya no crecen más, han arrojado a un perro, y éste no lo ha rechazado, el interior de mis testículos; tras lavar la epidermis cuidadosamente, se han alojado dentro. ¡El ano ha sido interceptado por un cangrejo; animado por mi inercia, custodia la entrada con sus pinzas y me hace mucho daño! Dos medusas han franqueado los mares, prontamente seducidas por una esperanza que no fue defraudada. Han mirado atentamente las dos partes carnosas que forman el trasero humano y, enganchándose a su perfil convexo, las han aplastado con una presión constante hasta tal punto que los dos trozos de carne han desaparecido, y en su lugar se hallan dos monstruos, salidos del reino de la viscosidad, iguales en color, forma y ferocidad.
M.T.L
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